Me encanta el género chick lit. Es verdad, me encanta.
Cuando una tiene una chick lit entre sus manos, digamos que se convierte en su diario más personal. A menudo ocurre que la protagonista es una chica atractiva, estilosa, con talento y con una vida de lo más original. Leídas las tres primeras páginas es inevitable que nos sintamos identificadas con la protagonista o bien deseamos estar en su piel. A partir de la quinta dejamos nuestra imaginación en manos de una novela y nuestra sensibilidad en manos del personaje que con certeza tendrá un nombre ya de por sí ‘in’ (véase Kate, Claire, Tizia, etc.).
Analizando este género una se da cuenta de que el amor y el sexo son temas omnipresentes. Bien es cierto que además suelen tratar otros de mayor trascendencia como la enfermedad, el dolor, la soledad, la amistad, el trabajo, las relaciones interpersonales y un largo etc.
Pero el amor prima en ellas y eso es prácticamente indiscutible. Lo curioso es que nuestra protagonista, a la que pasaremos a llamar P, suele encontrarse en tres posibles situaciones: a) P está soltera; b) P está infelizmente casada; c) P está felizmente casada (la menos probable y por tanto, considerada la última). Da igual la situación en la que se encuentre P y no queráis saber cómo, pero siempre se las ingenia para acabar con Mike (bien podría ser Kevin, Daniel, vamos, el Ken de toda Barbie).
Y de cómo llega P a estar con Ken es tan sencillo como lo que sigue. Volviendo a la situación a),
P se cruzará con un millón de Mikes interesados en ella pero P sólo tiene ojos para aquel chico maravilloso que, encontrándose en ‘x’ situación sentimental, a menudo y a lo largo de prácticamente toda la narración, no quiere nada con ella. Tan sólo algunos encuentros esporádicos para dar vidilla al relato y después, una serie de
malentendidos que hacen que P sufra inevitablemente por no alcanzar el amor de su amor platónico (valga la redundancia); sin embargo, al final, todos los cabos que han ido quedado desatados, de “por qué no me miró aquel día”, y de tantos otros ‘de porqués’, se atan como por obra de un hechizo y él, es decir, Ken, sólo ha tenido ojos para ella todo este tiempo desde la página dos que es cuando él apareció en escena.
Ocurre algo distinto en la situación b). Sencillamente, porque P está casada. Pero no olvidemos un dato: es infeliz en su matrimonio. La historia se desarrollará de la siguiente manera: P se reunirá día sí y día también con sus amigas en estado de alerta máxima… no se siente feliz. A lo largo de las páginas se presentará ese Ken al que siempre esperamos aparezca tarde o temprano, más bien temprano que tarde, y lo que ocurrirá es bien sencillo. P siente atracción por Ken; parece que la atracción es mutua; sólo hay un impedimento: ella está casada; no es impedimento porque la culpa de que ella sienta esa atracción es de su marido que no la hace feliz; P no es capaz de romper las reglas de su matrimonio; un día P se entera de que su marido la es infiel o sea lo que sea, es el peor hombre de la faz de la tierra; el lector siente de repente desprecio hacia el marido infiel (con frecuencia suelen tener nombres aburridos o ridículos y del todo poco llamativos: Greg, Michael, Bob, Marcus…); en adelante, P será libre de hacer lo que quiera, así que P caerá en brazos de ese hombre, capaz de reunir lo que es imposible reúna ningún ser humano jamás.
La situación c) se desarrollará exactamente igual que la b) con la excepción de que en la primera nuestra P está muy feliz junto a su marido al principio y Ken quizás tarde tres páginas más en aparecer en escena.
Al final suele suceder también que después de sufrir por nuestra P, la muchacha no nos deja disfrutar del dulce final porque se resume en un par de páginas en lo que conocemos como epílogo. Así que siempre nos quedan ganas de más y acabamos con la sensación, casi necesidad, de poner una P en nuestra persona.
Gracias a esa parada de metro, a ese taxi que llega o ese tren que nos deja en nuestro lugar de trabajo o en nuestro hogar, a ese sopor en la cama cada noche y a ese conocido que nos interrumpe en la lectura porque todos ellos nos devuelven a la realidad,
aquella donde somos nosotr@s, Barbie y Ken a nuestra manera.